miércoles, 12 de noviembre de 2008

Diario de un Parado (I)

"Parado", nefasta palabra, tal vez por la inmovilidad que denota, paralelismo de la muerte laboral, tal vez social, paria en un mundo regido por horarios y finales de mes marcados en rojo en el calendario. Llamémoslo "Desocupado", aunque este término tampoco refleja una realidad tan compartida en los tiempos que corren... "Desempleado" se acerca más.

Sí, comprensivo lector, el que suscribe ha pasado a engrosar las listas que unos partidos políticos se lanzan a la cabeza a otros cual fulgurante obús tierra-aire. Pero no se preocupe, como Ignorante pero curioso aprovecharé para describirle los trámites, sensaciones y anécdotas que alguien en mi estado debe vivir.

En primer lugar déjeme disculparme por el olvido en que este humilde blog ha sido archivado, pero si empieza a conocerme sabrá que soy hombre de extremos, desecho los grises. Lo que trato torpemente de decirle es que he pasado del blanco inmaculado del pluriempleo al desesperante negro del paro... perdón, del desempleo.

Lo primero que como buen desempleado hay que hacer es cumplir con todos los trámites para ingresar en este cada vez más abarrotado club, y aunque siempre me he encontrado con unos funcionarios comprensivos y eficientes, la burocracia es lo que es, una bestia hambrienta de fotocopias compulsadas y certificados varios (lo tuvo más fácil Indiana Jones con el Arca perdida que yo con todo el papeleo).

¿Cómo puede nadie pedir los contratos de los últimos 4 o 6 años? No saben que vivimos en un momento en que si logras un trabajo por obra y servicio por un par de meses te has de considerar afortunado. Últimas nóminas, certificados de empresa... Después de unos cuantos días de viajes varios, visitas a la Oficina de Empleo, llamadas a tu antigua empresa... el sonriente funcionario te da un papelito y te dice: "Ya está". ¡¡¿YA ESTÁ?!! No sé, después de tan épica aventura esperaba algo más... música orquestal, escampar cava a presión por toda la oficina, un par de azafatas con un ramo de flores... pero nada. Te vas, llegas a casa, te sientas y te preguntas... ¿Y ahora qué?
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