jueves, 20 de noviembre de 2008

Premios Mondas 2008

No deja de llamarme la atención los premios que la Cadena Ser otorga cada año. Sí, informado lector, hablo de los premios ONDAS.
Pero a este Ignorante, que ante todo se declara fiel seguidor de la emisora (... la de los goles, la de la emoción, la del espectáculo, la clásica, la veterana, la única...) no deja de intrigarle el hecho de que una emisora de radio, parte de un todo llamado Prisa, que cuenta además con prensa escrita y canal de televisión, premie principalmente a programas radiofónicos y televisivos. Sí, es cierto que además optan a premio músicos y campañas de publicidad (¿con contrato en sus medios?) entre otros, pero no deja de parecerme algo así como un reconocimiento, llámele "Empleado del mes", un mirarse al ombligo de la comunicación. Disimulando... claro, no sea que se les vea demasiado el plumero, así que hay premios que caen en la competencia (qué enrollados).
Pues bien, tras meditarlo seria y profundamente su amigo el Ignorante ha decidido otorgar los PREMIOS MONDAS 2008 en similares categorías. Durante los próximos dias (tal vez semanas) los integrantes de la familia Ignorante se reunirán en torno a una mesa de Ikea con un aprovisionamiento de BollyCaos, CocaCola, Panchitos y DogChow para decidir quiénes serán los grandes vencedores de este primer certamen.
¡Cuánta responsabilidad! amigo lector. ¿Quién sabe? Tal vez me autoadjudique un Mondas...

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Diario de un Parado (II)

Déjeme ocupado lector que comparta una verdad indiscutible con usted: El desempleo es como los Donettes; te salen amigos (y familiares) por todas partes.
Cuando se deja un horario, una rutina, unas actividades repetidas durante días, semanas, meses o años, uno se replantea muchas cosas, porque al estar ocupado haces las cosas cuando puedes, pero con la "libertad" de horarios del desempleado uno se plantea muchas cosas...
"Si voy a comprar a esta hora encontraré menos gente", "Puedo ir al banco de camino al otro sitio y así gano tiempo", "Si dejo haciéndose la comida aprovecho y hago lo otro"... y de esta manera uno economiza el tiempo de manera asombrosa...
Y este es el problema, que uno estará "parado" pero no "quieto", pero los allegados no comparten esta visión, y le aseguro que no hay nada que más rabia dé que alguien diga: "Ahora que tienes tiempo podrías ayudarme a..." o "Ahora que no haces nada por qué no me acompañas a..."... ¿QUE NO HAGO NADA?
Ahora que "tengo tiempo" me ocupo de poner al día todos los asuntos personales y domésticos (que si la ITV,bancos, obras, compras, líos vecinales...), sin contar con los trámites por los que uno ha pasado y debe pasar y lo más importante: LA BÚSQUEDA DE EMPLEO.
Pero eso, amigo... eso es otra historia

Diario de un Parado (I)

"Parado", nefasta palabra, tal vez por la inmovilidad que denota, paralelismo de la muerte laboral, tal vez social, paria en un mundo regido por horarios y finales de mes marcados en rojo en el calendario. Llamémoslo "Desocupado", aunque este término tampoco refleja una realidad tan compartida en los tiempos que corren... "Desempleado" se acerca más.

Sí, comprensivo lector, el que suscribe ha pasado a engrosar las listas que unos partidos políticos se lanzan a la cabeza a otros cual fulgurante obús tierra-aire. Pero no se preocupe, como Ignorante pero curioso aprovecharé para describirle los trámites, sensaciones y anécdotas que alguien en mi estado debe vivir.

En primer lugar déjeme disculparme por el olvido en que este humilde blog ha sido archivado, pero si empieza a conocerme sabrá que soy hombre de extremos, desecho los grises. Lo que trato torpemente de decirle es que he pasado del blanco inmaculado del pluriempleo al desesperante negro del paro... perdón, del desempleo.

Lo primero que como buen desempleado hay que hacer es cumplir con todos los trámites para ingresar en este cada vez más abarrotado club, y aunque siempre me he encontrado con unos funcionarios comprensivos y eficientes, la burocracia es lo que es, una bestia hambrienta de fotocopias compulsadas y certificados varios (lo tuvo más fácil Indiana Jones con el Arca perdida que yo con todo el papeleo).

¿Cómo puede nadie pedir los contratos de los últimos 4 o 6 años? No saben que vivimos en un momento en que si logras un trabajo por obra y servicio por un par de meses te has de considerar afortunado. Últimas nóminas, certificados de empresa... Después de unos cuantos días de viajes varios, visitas a la Oficina de Empleo, llamadas a tu antigua empresa... el sonriente funcionario te da un papelito y te dice: "Ya está". ¡¡¿YA ESTÁ?!! No sé, después de tan épica aventura esperaba algo más... música orquestal, escampar cava a presión por toda la oficina, un par de azafatas con un ramo de flores... pero nada. Te vas, llegas a casa, te sientas y te preguntas... ¿Y ahora qué?

viernes, 27 de junio de 2008

Vamos a la playa (calienta el sol)

Sí, acalorado lector, ya está aquí el verano, y la veda del bronceado la ha abierto la esperada verbena de San Juan y su aún-más-esperado puente. Así que su amigo Ignorante y señora se han ido a pasar unos días a la playa. Debo decirle que no soporto las sesiones playeras de bronceado en la ardiente arena de una playa abarrotada, pero lo que no se haga por amor (o por miedo...). Y puesto que quien les habla es Ignorante, pero no inconsciente... les diré que no salgo de casa sin mi protector solar factor 65 (no es broma) bien esparcido 30 minutos antes de salir, y otro factor 12 para distribuir cada pocos minutos. ¿Exagerado? Seguramente ¿Necesario? Bueno... ahorraría si me comprase una sombrilla.
Un tema que me apasiona y preocupa de estas fechas es la canción del verano, porque si antes era un tío hortera vestido de blanco y con sobredosis de sesiones UVA el que nos hablaba de una barbacoa, un chiringuito o de BAILAAAR BAILAAAAR, ahora son canciones machaconas que hablan de micrófonos, corrales o directamente son temas instrumentales repetitivos y sin carga emocional cuyo único interés radica en un videoclip cargado de espectaculares mujeres ligeras de ropa. ¿Te has bajado el politono? Pues ya tardas.
Aclarado este punto debemos hablar de la fauna local y visitante. Amigo lector, seguro que es consciente de las nefastas consecuencias del cambio climático, pues bien, le diré que no temo a las insolaciones, a las medusas, a los tiburones, ni a los calamares gigantes ni a las serpientes marinas... o al menos no tanto como al vendedor de cocos. Estoy seguro de que usted también lo ha sufrido: un tipo con unas bermudas descoloridas por el sol, camisa desabrochada, cadena de oro al cuello y gorro de paja, y siempre arrastrando sus dos cestas de mimbre cargadas con fruta que durante toda la mañana ha escondido en su furgoneta (imagínese el efecto hinvernadero en una furgoneta cargada de fruta...). ¿Su más poderosa arma? El Hipogrito-Huracanado: "¡¡¡HAY COOOOOOCOOOOOO, MELOOOOO MELOOOOOOO OIGA!!!! HACHIS MARIHUAAAANNNNAAAAAA" Además cada verano es el mismo tipejo, con el mismo discurso, el mismo uniforme y la misma fruta. Y cuando se va acercando (Ya le hemos oído desde hace un kilómetro) rezamos para que no se pare a nuestro lado, pero ¡Ay! amigo, este Ignorante tiene algo que les atrae porque cada día que he estado en la playa el vendedor de cocos me ha obsequiado con una sesión a calzón quitado de su ópera prima.
Como si de un capítulo de "El hombre y la Tierra" se tratara, otras especies circulaban ante mí siempre ofreciéndome algo: la más reciente es la china que ofrece masajes "aquí te pillo aquí te mato". Se trata de todo un espectáculo, ya que mientras collejea sin ningún escrúpulo a su cliente-víctima todos los vecinos de playa observan la tortura entre sorprendidos y descorchados de risa. ¿Quién sabe? Tal vez podamos encontrar la milenaria sabiduría oriental en la playa... o tal vez nos peguen una paliza y además tengamos que pagar por ello.
Finalmente están los amigos africanos que vendes gafas, gorras y relojes de las mejores marcas: Dolce&Bandarra, Torus, Trolex... y al igual que con el tío de los cocos, uno por uno me preguntan si quiero algo, aunque me vean con gorra, gafas, reloj y cara de querer marcharme al chiringuito más cercano. Lo curioso es que cuando acaban el itinerario y vuelven por el mismo camino ¿adivinan? sí, vuelven a preguntarme.
Otras especies dignas de mencionar son las enormes valkirias nórdicas sin complejos que muestran sus orondas y enrojecidas lorzas, los niños pesados que te llenan de arena, los musculitos posando en la orilla, el pesado del radiocassete y el socorrista despistado... pero de esto hablaremos otro día, que ahora estoy quemadísimo...

lunes, 2 de junio de 2008

¡Nos vamos de comunión!

Sí, comprensivo lector, en esta época de supuesta bonanza climatológica llegan las grandes citas que nadie desea perderse: las comuniones. Le diré algo, amigo lector; este Ignorante ha sido iluminado durante una de estas (interminables) fiestas celebrada hace escasos días, y es que he llegado a la conclusión de que pueden describirse estos actos con una simple fórmula matemática, o para hacerlo algo más apetecible como una receta culinaria...
El ingrediente principal es la hipocresía (padres no creyentes y mucho menos practicantes que esperan con deleite el día señalado). Mezclar con un grupito de criaturas vestidas de blanco cual vírgenes preparadas para el sacrificio a un dios pagano. Dejar reposar y añadir al resultado un párroco inquisitorio con más recelo por salvaguardar la exclusiva de su fotógrafo que cualquier personajillo de la prensa rosa (business is business). Por último sazonar con un opíparo ágape digno de cualquier bodorrio de postín y adornar el conjunto con una sobremesa inacabable...
que Dios les bendiga.

jueves, 22 de mayo de 2008

CUENTUS INTERRUPTUS

Este es un relato basado en hechos reales que me llevaba rondando por la cabeza desde hacía tiempo. Como experimento le diré, amigo lector, que está escrito de una sentada, y que durante el tiempo que estuve sentado frente al ordenador fui interrumpido siete veces. Espero que lo disfrute... del tirón.


CUENTUS INTERRUPTUS

En pocos segundos el Mercury se despidió con una ventosidad oceánica. PLOOP. Se acabó. Emprendía de esta manera tan poco digna un viaje en vertical hacia el olvido, rodeado de crujidos, burbujas y algún que otro pez soñoliento. Ochocientas toneladas de madera y metal pasaban a engrosar las catastróficas estadísticas de naufragios en las latitudes más septentrionales de las rutas de comercio.

Poco después fueron apareciendo ante mí, como boyas humanas, cientos de cadáveres que señalaban el punto exacto de la catástrofe serpenteando sobre las olas.

Entonces contemplé horrorizado como aparecían las primeras aletas. Los más afortunados fueron los que habían muerto ahogados, convertidos ahora en cuerpos hinchados de mirada lechosa. Los marinos que aún luchaban por sus vidas gritaban y pataleaban con la esperanza de ahuyentar a las bestias, ignorando que lo único que conseguían así era azuzar aún más su voracidad. Los gritos y la espuma fueron disminuyendo a la misma velocidad a la que cielo y océano se unieron como en un cuadro de Malevitch.

Todo quedó de nuevo en calma, y en el silencio más atronador en la noche más estrellada del océano más plácido se oyó un rumor. Al principio pensé que sería la respiración de algún cetáceo que había emergido para respirar, pero al momento me di cuenta de que el sonido era demasiado rítmico. Chopchopchop. Cuando la luna se deshizo de la escuálida nube que le manchaba la cara en el mar se dibujó una silueta. ¡Un superviviente! Un afortunado tripulante había logrado subir al gran trozo de madera que se había desprendido de la fragata, y en estado de shock remaba con las manos en dirección indefinida, dejando vida y suerte en manos del caprichoso azar.

Inmediatamente me pregunté quién sería el náufrago. ¿El capitán? ¿El grasiento cocinero? ¿El joven grumete?

Estaba a punto de descubrirlo cuando algo saltó sobre mí. Más sorprendido que asustado dejé caer el libro bajo la suplicante mirada del perro.

Jodeeeer! ¿Qué quieres?

El perro me contestó con la mirada

-Me meo

-Acabo el capítulo y te saco

Soy de esas personas que no sólo hablan con su perro, sino que además le doy explicaciones, demostrando en cierta manera ser más animal que él.

De nuevo abrí el libro y busqué durante un buen rato el último párrafo leído mientras seguía dándole explicaciones al chucho.

-Me quedan tres páginas, las acabo y te saco

El confuso animal bajó del sofá y caminó torpemente hacia la puerta. Se sentó y me miró desde el fondo del pasillo. Me daba la última oportunidad. El perro era una piñata a punto de estallar, y yo debía darme prisa si quería evitar el desastre, así que acordándome de su (perra) madre me puse los zapatos y salimos a pasear, vencido de nuevo por el animal. Después de un paseo estándar; 10 minutos de abonar árboles, olisquear, espantar palomas y acosar hembras (el perro, no yo) llegamos a casa dispuestos a seguir cada uno con lo nuestro. El animal se durmió al momento en su rincón y yo me lancé sobre el sofá quitándome los zapatos sin usar las manos. Cogí de nuevo el libro para buscar al único superviviente del Mercury (nota mental: encontrar algo para marcar la página la próxima vez que me levante).

Durante horas el afortunado marino remaba con desesperanza y se dejaba llevar por las corrientes, consciente de sus pocas posibilidades. Durante dos días y dos noches sufrió las quemaduras del inclemente sol y las heladas noches del Pacífico. A ratos hablaba con sus compañeros caídos, incluso creyó ver a sus padres saludándole desde una lejana playa de arenas blancas y caprichosas palmeras. Sabía que en el momento en que abriese los ojos el sueño se esfumaría y de nuevo estaría rodeado de agua y soledad. Se dio cuenta de que algo no funcionaba bien. Sí, las corrientes lo mecían, el sol le quemaba, las olas le salpicaban de espuma, pero los ojos… ¡Tenía los ojos abiertos! ¡La playa era real! Sumergió la cabeza en el agua para despejarse, y al parpadear exageradamente para quitarse la sal confirmó que estaba a unas tres millas de lo que parecía un gran atolón. Pensó que llegaría antes a nado, pero al instante recordó el episodio del naufragio; aletas, dientes, sangre, gritos… así que calculó que la corriente le llevaría a pasar a una media milla de la costa, entonces remaría hasta ganar la playa. Mientras observaba el islote haciéndose cada vez más grande trató de recordar qué islas, islotes o tierra de cualquier tipo emergía en esa zona. Como simple marino no tenía acceso a las cartas náuticas, pero sabía que en la ruta del Mercury no había tierra habitada hasta llegado su destino, para lo que hubiesen faltado aún dos semanas. Decidió comenzar a remar antes de lo previsto, y lo hizo con la desesperación de quien se sabe salvado, y con una energía que durante dos días había escondido en algún rincón de su alma llegó a hacer pie en la desconocida isla. Con un último esfuerzo sacó del agua el gran pedazo de madera que le había salvado la vida, tal vez por motivos sentimentales, o tal vez porque había oído cientos de historias de caníbales que vivían en aquellas latitudes. Antes de poder estrellarse contra la cálida arena para descansar vio algo que le dejó inmóvil. A unas yardas de él un bote descansaba en la playa, atado a un poste clavado al suelo. Arrastrando los pies y jadeando se fue acercando a la pequeña embarcación, desde la que partían unas huellas que se adentraban en

¡MIERDA! El teléfono estaba gritando desde la otra habitación. Siempre he sabido que tengo un cromosoma que hace que tenga que coger todas las llamadas… pase lo que pase y haga lo que haga, así que dejé el libro abierto boca abajo sobre el sofá y fui a coger el dichoso aparato.

-¿Sí? Hola mamá… no hacía nada…

Al instante comprendí que había metido la pata; “no hacía nada” suponía abrir la veda a las explicaciones, quejas, ruegos y preguntas de una madre preocupada: que no vienes a verme, que tu padre como siempre, que he hecho unas lentejas buenísimas, que si el hijo de la vecina se casa, que si he discutido con tu hermano…

Diez minutos después y una firme promesa de pasar por casa de mis padres al día siguiente bastaron para lograr mi libertad y poder retomar la lectura, aunque esta vez me llevé el teléfono… por si acaso. Antes de retomar la última página hice un rápido repaso del entorno. Perro: durmiendo, vejiga: vacía, hambre o sed: nada de nada. Todo correcto, proseguí con la lectura.

Las huellas se adentraban en la espesa maleza que comenzaba a escasos pies de la orilla. Lo primero que hizo fue inspeccionar el bote en busca de vida humana y ante todo agua. Si no se hidrataba pronto no tardaría en caer desmayado, y entonces sí que sería el fin. Comenzó a caminar entre la vegetación tratando de no pensar en el hambre, la sed, las bestias salvajes o los caníbales. La suerte había subido con él a su improvisada barca, y con él habría desembarcado en aquél remoto lugar. Sin saber hacia donde se dirigía siguió una senda despejada por el dueño o los dueños del bote. Durante horas el único sonido que escuchó fueron los pájaros que callaban a su paso y los quejidos de unos pequeños monos que le siguieron un buen rato desde las copas de los árboles. Al llegar a un recodo se encontró con una gran piedra que marcaba el final de la senda ¿Y ahora qué? Las señales que seguía acababan en ese punto. Sus predecesores se habían esfumado. Desesperado pensó en sus posibilidades; volver a la playa, seguir entre la maleza, tratar de encontrar un punto más alto… Un grito ahogado a poca distancia le hizo estremecer, había sido a pocos

¡HOSTIA! ¿Ahora qué? No esperaba visitas, nunca las espero, pero alguien llamaba a la puerta. Antes de poder levantarme el perro saltó de su camastro y se plantó delante. Ante estos casos ya sé lo que me voy a encontrar al otro lado: un vecino pesado o un vendedor aún más pesado. Ante mí dos señoras de avanzada edad me informaban de la llegada del Señor y me ofrecían la salvación eterna a cambio de una suscripción a no sé qué publicación.

-Oiga, de verdad que no me interesa, pero en el piso de arriba seguro que les encantará (¡Hala! Os jodéis por mover muebles a las tantas de la noche).

La señora no se daba por vencida, decidida a salvar mi alma.

-Joven, solo ha de leer esta… -no le dejé acabar

-¡Si es lo que intento; Leer tranquilo! Buenas tardes.

Si he hecho algo para ganarme el infierno, esto seguro que lo ratifica, pero estoy convencido de que hasta allí abajo llegan los del Círculo de Lectores para intentar venderle al demonio una suscripción.

El grito había sido a pocos pasos, al otro lado de la gran roca. A pesar de que al desdichado marino le costaba pensar por el cansancio y la deshidratación supo que no debía mostrarse hasta saber a quién seguía. Escuchó durante largo rato, y cuando los pájaros volvieron a cantar decidió salir de su escondite. La roca era lisa y medía unos doce pies de altura, por lo que era imposible escalarla, así que trataría de rodearla. Con sorpresa observó que en el lugar donde acababa la senda alguien había abierto un minúsculo camino a ras de suelo. Tal vez fuera el escondrijo de un jabalí. Miedo y hambre se unieron en un solo pensamiento. Recordó la última vez que había comido carne de jabalí. Fue justo antes de irse de casa para recorrer mundo, buscando algún navío en el que alistarse. Expulsando aquellos recuerdos se agachó y comenzó a arrastrarse lentamente. –Demasiado pequeño para un jabalí- pensó. En ese momento escuchó horrorizado como algo o alguien se arrastraba justo enfrente y se dirigía hacia él a toda prisa. Lo único que pudo hacer fue

¡JOOOOODEEEEER! Otra vez el teléfono, aunque esta vez lo tenía al lado.

-¿Sí? Dime mamá.... Vaaaaaaleee te llevaré la Tupper… No te he contestado mal… Es que estoy liado… vaaaaaleeee… que siiiiiii… hasta mañana.

Aquello empezaba a ser frustrante.

Lo único que pudo hacer fue quedarse inmóvil y esperar. De entre las ramas y raíces apareció un hombre braceando desesperadamente. Ambos toparon y se quedaron aterrorizados mirándose a los ojos. Los dos estaban sucios, esqueléticos y asustados, pero uno parecía más desesperado.

-Si aprecias tu vida da la vuelta y corre.

Viendo la mirada de aquel personaje, el marino reculó sin hacer preguntas.

-¡Corre más! ¡Ya llegan! ¡Están aquí!

Ambos salieron de nuevo a la senda, se pusieron de pie y corrieron hacia la playa sin

¡AAAAAAHHHH! No me lo puedo creer; ahora el interfono. Y mi maldito cromosoma diciendo “cógelo, puede ser importante”.

-¿Sí?

-Correo comercial

La madre que lo …

corrieron hacia la playa sin mirar atrás. En un momento de la carrera el marino oyó a su compañero una exclamación de dolor. Yacía en el suelo con las manos extendidas hacia él.

-Ayúdame

El marino dio la vuelta y lo agarró de las manos en el momento en que una lanza atravesaba el cuello del misterioso hombre

¡BASTAAAAAAAA! Otra vez la puerta. El del supuesto correo comercial era un tipo intentando venderme una instalación de gas. En el mismo momento que le estaba enviando educadamente a la mierda bajaron las dos beatas-salva almas. Supongo que el vecino de arriba les había echado a patadas, porque me miró primero a mí y luego al del gas.

-No se esfuerce, este joven no se interesa por nada

-No, si yo solo vengo a informar de una promoción

-¿Y no le interesa saber que Cristo Redentor va a llegar?

-Bueno, yo es que ahora estoy trabajando

Con esta interesante conversación les dejé fuera con un portazo, mientras el perro saltaba como un loco por toda la casa.

Volví al sofá, respiré hondo y me planté el libro a dos palmos de la cara. A esas alturas en la escalera se había formado un interesante coloquio sobre la conveniencia de un buen sistema de calefacción y sobre el juicio final que estaba cada vez más próximo.

El marino, sabiéndose perdido, decidió ocultarse entre la maleza junto a la senda, comprendiendo que una vez en la playa estaría a merced de sus perseguidores.

¡DINGDONG! Desde el otro lado de la puerta alguien llamaba insistentemente. ¡DINGDONG! –¡Disculpe! Que me he dejado dentro el folleto de la promoción

-Pues me da igual- Fui acercándome el libro a la cara

¡RIIIIIING! El teléfono. Seguro que volvía a ser mi madre. Mi nariz ya tocaba el papel, me tapé la cara con el libro.

¡MEEEEEEEC! El interfono. Apreté las cubiertas contra mis oídos, tratando de no oír nada. Estaba tan apretado que podía ver los poros de las hojas, las imperfecciones de algunas letras, olía a fibra y tinta.

¡TOCTOCTOC! -¡Oiga, el folleto!

¡TOCTOCTOC! –Déjelo, Nuestro señor le castigará

Cerré los ojos, hundí la cara en el libro y grité.

Todo quedó en silencio. Lentamente volví a abrir los ojos para verme rodeado de un intenso y blanco resplandor. No había vecinos, ni teléfono, ni ruidos ni perro. Me encontré entre “el” y “camino”, y más allá cientos de palabras a las que fui saltando de una en una, sin interrupciones. Y al acabar la página pude escabullirme a la siguiente, sin miedo de ser interrumpido de nuevo. La intriga, el desespero o la locura me habían metido dentro del libro. Y ahora vivo feliz entre letras. Cuando dejo de leer descanso sobre una “T” mayúscula, me acurruco en cualquier “O” y si quiero estirar las piernas camino entre párrafos. Vivo esperando que alguien abra el libro y entre aquí conmigo; y algún día, cuando todo esté en silencio, seré yo quien saldrá.

lunes, 21 de abril de 2008

Self Service

Me permitirá, comprensivo lector, que durante unas líneas me ponga inusualmente serio, pues este es un tema que nos afecta a casi tod@s.
La cuestión es que desde hace un tiempo me vengo dando cuenta de que nuestras calles cada día más se parecen a un self service, o si lo prefieren a un buffet libre.
Ni hablar de hablar de política... ni hablar de hablar de economía... no seré yo quien trate de resumir el manifiesto comunista ni las incontables interpretaciones del término "propiedad privada", pero sí les diré una cosa: nadie roba por necesidad sino por decisión propia. Ni una barra de pan ni un auto-radio, no hay disculpa posible.
No es falta de seguridad, sino falta de higiene, de comodidad, de pasear tranquil@ sin escuchar músicas ajenas, sin preocuparte por ser atropellad@.
Este Ignorante piensa que el secreto de la felicidad está en desear cosas, soñarlas, trabajar por conseguirlas y seguir trabajando por conservarlas... y sí, muchas de estas cosas se consiguen con dinero, pero a lo mejor un coche no es un coche, sino una excursión, una visita a los amigos, un viaje inesperado... aunque para la persona que lo fuerza, allana y destroza no sea más que metal y cables.
Sí, amigo lector... me han robado.

ChiPum ChiPum

Este es un aviso para esos personajillos de pantalones caídos, gorra hacia atrás y cara de "Y a mí qué me importa".

Desde mediados de los años 80 se ha popularizado y mejorado un sistema de sonido individual comunmente conocido como "auriculares" ("Headphones" en inglés). Este adelanto permite a la persona interesada escuchar su música sin que los que le rodean deban sufrir su falta de civismo (y de gusto musical la mayoría de las veces). Los hay de todos los tamaños, colores, marcas y precios, y puesto que la calidad no es lo que más les interesa a estos seres (el altavoz del teléfono móvil no es que dé para mucho), podrán encontrarlos en cualquier bazar oriental por algo más (o menos) de un miserable Euro.

Y este es un mensaje dirigido al energúmeno que se ha sentado a mi lado en el metro:
HAY VIDA MAS ALLÁ DEL REGGAETON... ya tú sabes

domingo, 17 de febrero de 2008

Reunión de vecinos... otra vez

Sí, comprensivo lector... ya ha pasado un año, y de nuevo me he visto inmerso en una guerra civil vecinal (el 14 de febrero, para más señas). Ríase usted de las elecciones generales, de los estatutos de autonomía y de los follones de la prensa rosa, porque las puertas del mismísimo infierno, amigo mio, se abrieron en mi escalera...
La reunión estaba prevista para las 20:30, aunque 10 minutos antes ya estaba el pesado de turno llamando a la puerta para que bajase. Iluso de mí, pensé que cuanto antes bajase antes acabaría. De 8 vecinos que somos en total solo acudimos 6. Llegados a este punto debo decirle, sufrido lector, que por algún oscuro motivo arrastrado de épocas pasadas, las mujeres tienen vetada la participación en estas reuniones, no me pregunte por qué. Bien, la cosa comenzó cuando el presidente... perdón, el PRESIDENTE que dejaba el cargo sacó una libreta tamaño A3 y comenzó a leer lo que yo pensé que era el borrador original de nuestra amada constitución: "Reunidos los presentes... con fecha... se observa... dicho presupuesto... adjunto facturas...". Durante tan anodina lectura apareció el vecino al que llamaremos señor "milperdones", más tarde verán ustedes por qué, y comenzó a increpar a los presentes por haber comenzado sin él.
-Perdón, perdón -ahí lo tienen- ¿No era a las 20:30 la reunión?
-Sí, aún no hemos empezado (para lo que hay que oir... )
A todo esto el tipo pesado seguía con su discurso, su megalibreta y una cartilla donde iba buscando números que no encontraba por ninguna parte, así que me tocó a mí buscarlos, factura por factura, ingreso por ingreso y cobro por cobro.
Todo iba bien... aburrido pero bien, cuando de nuevo nos vimos interrumpidos
-Perdón, perdón... voy a hablar por primera vez ¿la reunión no era para hablar de la antena de TV?
-Siiiiiiii, pero antes hacemos el cambio de presidente
-Pues en el papel pone solo lo de la antena
-Que siiiiiii, que enseguida vamoooos
-Perdón perdón... pues entonces quien haya hecho el papel... bla bla bla
Comienza la primera discusión. Para evadirme de tan penosa situación me propuse hacer un estudio de la población de mi escalera tomando como muestra los ahí reunidos, según el cual:

-El 100% de los habitantes son hombres
-La media de edad es de 61 años
-La media de hijos por domicilio es de 1.83
-El 50% está sordo y habla a gritos
-El 62% tiene sobrepeso

Finalizada la discusión sin claro vencedor se continuó con la lectura... hasta la siguiente interrupción...

-Perdón, perdón, hablo por segunda vez- (se lo juro, aburrido lector, contaba las veces que habría la boca)... ¿Que estamos discutiendo ahora? ¿Qué hay que arreglar?
- Nooooo, esto son las obras que se han llevado a cabo el año pasado.
-Perdón... ¿Para qué? Yo quiero hablar de la antena

Cuando ya se daba casi por finalizado el cambio de presidente, el señor Milperdones se acercó a mí y me dijo:
-¿Tú vas a ser el presidente este año?
-No, va a ser el señor X
-Pues deja que se arreglen ellos

¡AY! Lo que dijo, porque el señor X lo oyó, y se armó la batalla campal de cada año... que si tú no haces nada, que si eres un metepatas, que ya no quiero ser presidente... Todo esto aliñado con facturas volando, vecinos intentando separarlos, puertas que se abrían para ver qué pasaba y si llegaba la sangre al rio (Llobregat).
Cuando la cosa se apaciguó la frase fue:
-Perdón perdón, hablo por... 5ª o 6ª vez, aunque sea un metepatas... ¿vamos a hablar de la antena?

¡¡¡TUS HUEVOS!!!

El tema de la antena era fácil: se ha decidido cambiarla y todos de acuerdo, había un presupuesto y todos de acuerdo... así que iluso (de nuevo) de mí pense que iría rápido... pero mis queridos vecinos decidieron hacer de nuevo la representación de la batalla del Ebro en 5 metros cuadrados, y lo más gracioso eran sus argumentaciones:
Que si no la cambiamos dejaremos de ver la tele este año (Sí claro)...
Que si otro quería ver la sexta porque le gusta el "fumbol" (Señor, para eso no hace falta cambiar toda la antena)
El otro quería ponerse la PPT, o la CDP, o la CSI o la R2D2... nadie sabía de lo que hablaba
Lo mejor fue cuando uno de ellos, no recuerdo quién, haciéndose el listillo dijo: Yo no necesito aparato de BP... bueno, de esos, porque me he comprado una tele de plataforma...
Cuando comprendí que se refería a una tele de plasma, o una TFT (de ahí la confusión de siglas) no pude aguantarme la risa, y simulé un ataque de tos para salir de ahí.
Creo que la próxima reunión la grabaré en vídeo, porque aunque me esfuerzo no logro expresar con palabras el caos, la senilidad y la mala leche que se gasta en esta escalera.
Les dejo, que llaman a la puerta...

Felicidad monodosis

¡Qué maravilla!, ¡Qué aroma!, ¡Qué sabor!, ¡Qué diseño!, ¡Qué guapo es el Clooney!... que me la han colado otra vez... que la felicidad no viene en dosis individuales... o tal vez sí, y el secreto esté en compartirlas...

jueves, 24 de enero de 2008

¿Por qué?

¿Por qué las mujeres creen que los hombres somos libros de instrucciones?
-Pon en marcha esto... ¿Cómo se programa aquello?... ¿Cómo se hacía lo otro?
¿Y por qué los hombres cuando vemos a la mujer leyendo un libro de instrucciones insistimos en explicarlo nosotros?
-Deja deja, que yo te lo explicaré mejor, conmigo lo entenderás enseguida y más rápido.
No hay quien nos entienda... A NADIE

sábado, 19 de enero de 2008

Los suburbios del alma (III)

UUUhhhhg

FFfffGGggg
aaa
aaaaaH

¡Qué duro está el asfalto!
No sé si estoy boca arriba o boca abajo, pero algo me presiona con fuerza contra el suelo y no siento el brazo izquierdo.
No oigo nada, y de momento prefiero no abrir los ojos.
He estado a punto de morir y no he visto pasar toda mi vida ante mis ojos como una película... ni siquiera una mala fotografía en blanco y negro.
¡Joder! El que podría haber sido mi último pensamiento ha sido para alegrarme de llevar unas bragas bonitas, porque de aquí me voy directa al hospital. ¡Seré idiota! no he pensado en mis padres o en mis amigos, ni en Artus...
¡Artus! ¿Dónde está? ¿Está bien? Sólo recuerdo que salió despedido antes que yo.
¡AAAAhhh! no puedo moverme, pero creo que alguien está apartando lo que sea que me aplasta. ¡Es Artus!. No le oigo, pero siento sus caricias... él está bien. Creo que lloro por eso, o porque tengo los ojos abiertos pero no puedo verle.

Los suburbios del alma (II)

Débil llama la que ciega mis ojos
mientras tu rostro borroso se burla tras el cristal
y unos dedos interrogan mi piel “¿Quién eres?”
Soy la parte de mí que hay en ti.

Niños que crecimos demasiado deprisa
con juegos prohibidos junto a las vías
víctimas del voraz dios del tiempo
en perpetuo desenfreno.

Precipitados a un futuro incierto
el día que el mundo,
cómplice de la indiferencia,
decidió dejar de girar para nosotros.

Raíles de una misma vía
pagamos caro nuestro pasaje
condenados a existir sin tocarnos
tras una orgía de excesos sin culpa.

Inmóviles, fingimos ser invisibles
viendo pasar la vida a toda prisa
y al final del túnel un aliento de esperanza
al fin una existencia sin fronteras.

Los suburbios del alma (I)

¿Cómo puede un hombre saber cuándo ha tocado fondo? ¿Cómo decidir si es posible ahogarse un poco más en la inmundicia en la que él mismo se ha adentrado sin haber comprobado antes la profundidad?

Tales pensamientos martilleaban la cabeza del joven mientras trataba de enfocar cada elemento de la habitación. Sabía que se encontraba en un hotel, que había llegado a la ciudad la tarde anterior para acudir al simposio anual de la empresa, y que después de la cena había salido a tomar unas copas, pero eso era todo. A partir de ahí todo estaba borroso. Se fijó en el cuadro torcido de la pared, el televisor encendido aunque mudo, en la silla tumbada y en los papeles que cubrían el suelo como una alfombra persa de tinta negra. ¿Papeles? ¿Eran todos sus documentos los que estaban esparcidos por toda la habitación? El maletín abierto boca abajo sobre la mesa así lo presagiaba. Lo primero que pensó fue que le habían atacado, o robado. Pero ¿Qué esperaban encontrar? ¿Se habían llevado algo? ¿Sus informes? Había tardado meses en seleccionar, ordenar y documentar todos los datos que representarían el buen funcionamiento de la empresa frente a los inversores.
Aquello era grave, muy grave. Pero entonces, ¿por qué no le importaba? ¿Cómo podía ser que hasta le hiciese gracia aquel desastre? Lo comprendió al fijarse en los restos de polvo blanco que cubrían el maletín. ¿Drogas? Creía que ya había superado esa fase. ¿Qué podría haberle impulsado a hacer algo así? Un destello, más bien un mazazo de realidad le mostró una instantánea de la noche anterior. Un vestido negro, una melena pelirroja, un tatuaje en el tobillo. ¡Aquella mujer! Miró a su lado, pero la única prueba de su particular fiesta eran las sábanas revueltas y los restos del perfume que inundaban la almohada.
Decidió que aprovecharía el efecto de lo que se hubiese tomado, puesto que el daño ya estaba hecho, y que aquella forzada tranquilidad la emplearía en tratar de recordar qué había pasado durante la noche. Tomó una bocanada de aire y no lo expulsó hasta pasados unos segundos.

Lo último que recordaba era la cena en el centro de convenciones. Reconoció a alguien de su oficina. Ahí estaban los representantes provinciales de cada sucursal, unos cuantos gerentes y el vicepresidente, que disculpó la ausencia del gran jefe por motivos de salud, aunque todos en la sala intuían que la causa fuera más probablemente un fin de semana de esquí con la querida de turno. Todo transcurrió con normalidad, y al acabar alguien propuso salir a tomar unas copas “para relajarse después de tanta cifra”. En realidad lo único que le apetecía era volver al hotel, preparar la presentación del día siguiente y dormir todo lo que los nervios le permitiesen. Pero era en aquellos encuentros más informales donde podía conseguir una mayor información; contactos, clientes… cualquier cosa que justificase las dietas de aquellos días.
No habló con nadie en todo el trayecto, detestaba a aquella gente, pero estudió a cada una de aquellas personas, reconociendo enseguida al fanfarrón omnipresente en cada grupo de trabajo, al desesperado cuyo puesto pende de un hilo, fácilmente distinguible por la falta de sutileza a la hora de obtener información. Un par de mujeres jóvenes, aunque demasiado arregladas para su gusto, desplegaban todas sus armas con el mismo fin, bien cerca de aquellos que parecían tener unas cuentas de clientes más extensas. Aquel espectáculo le hizo pensar en una jauría de lobos hambrientos dispuestos a despedazarse por un pedazo de carne. Tales pensamientos ocupaban su mente cuando se vio dentro de un bar demasiado oscuro y con la música demasiado alta como para mantener cualquier tipo de conversación, y mucho menos laboral. Así que para no ser el primero en marcharse y parecer el agente aburrido que en realidad no era, decidió sentarse en el rincón más alejado de la barra, y como de costumbre pidió un Gin Tonic. Transcurridos unos veinte tediosos minutos que aprovechó para consultar su agenda, y justo antes de decidirse a abandonar aquel deplorable antro, alguien le tocó la espalda, y al girarse quedó mudo de asombro al observar la escultural mujer que se dirigía a él. Tardó aún unos segundos en reaccionar, y fingiendo una seguridad de la que en realidad carecía pronunció un “hola” que no le convenció en absoluto. La mujer movía los labios, pero la música impedía oír sus palabras, así que decidió levantarse y acercar su cara a aquella melena:
-Perdona, ¿Cómo dices?
La mujer se separó de él y con expresión de asombro se dirigió al camarero, a quien estaba hablando desde el principio.
Notó entonces como se ruborizaba, y decidió evitar el ridículo marchándose apresuradamente.
-Idiota, eres un auténtico idiota.- No dejaba de recriminarse.
Mientras esperaba un taxi no dejaba de dar patadas al semáforo. No quería estar allí, no quería ni el trabajo ni el traje al que no se acostumbraba.
-¡Oye!... ¡perdona!
Se resistía a creer que fuera la mujer del bar la que corriese hacia él. Como medida de protección frente a otro desengaño se dijo que tal vez quisiese sencillamente que le cediese el taxi, a lo que sin duda accedería.
Pero al llegar la mujer junto a él y mostrarle una sublime sonrisa, sus dudas se disiparon.
-Te has dejado esto- dijo tratando de recuperar el aliento y tendiéndole la agenda.
-Gracias – No se le ocurrió nada más que decir, aquella mujer le había hipnotizado por completo.

¿Qué había ocurrido después? No podía recordar nada, a cada instante la cara de la mujer aparecía más y más borrosa. ¿Cómo se llamaba? ¿De qué habían hablado?, y lo que es más importante… ¿qué habían hecho esa noche además de destrozar la habitación? Pensó que lo mejor sería darse una ducha y estudiar la situación. Al tratar de incorporarse todo comenzó a dar vueltas, sintió que los ojos se le cerraban y que las pocas fuerzas sobrantes de la intensa actividad nocturna le abandonaban. Se dobló con la primera arcada, y al fijar los ojos en el suelo pudo comprobar que realmente se lo había pasado bien aquella noche, como atestiguaban los tres preservativos amontonados sobre sus zapatillas.

Se tumbó de nuevo sobre la cama, con la vista clavada en el techo, mientras trataba de recordar algo, un solo detalle. Era imposible no recordar nada, todo aquel escenario apuntaba a una noche desenfrenada de alcohol, drogas y sexo con una desconocida. El desorden, las botellas, los condones, la ropa escampada en cada rincón. El sujetador de la mujer aún colgaba de la lámpara, y el resto de su ropa descansaba a jirones junto al televisor, en el que irónicamente una pareja hacía el amor como si en ello les fuera la vida.

De nuevo aquel mazazo de realidad. ¿Qué hora era? La televisión no emite ese tipo de contenidos por la mañana. Por otra parte ¿qué mujer huiría de una habitación de hotel sin su ropa? Le empezaba a doler la cabeza, así que decidió pensar rápido. Según su nublada lógica había dos opciones: o la mujer se había marchado disfrazada de hombre con la poca ropa que pudiera encontrar en el armario, o…

La siguiente opción le hizo sentir un escalofrío, porque pensó que tal vez la mujer siguiera en la habitación. Si era así solo podía estar en el aseo, cuya puerta no podía ver desde la cama. Contó hasta tres y cerrando los ojos se levantó poco a poco, y una vez seguro de que podía mantenerse en pie los abrió y se dirigió lentamente hasta la puerta. La encontró entreabierta y con la luz encendida. Sin atreverse a asomar la cabeza golpeó suavemente con los nudillos tres veces.
-¿Hola? – No hubo respuesta
-¿Hay alguien? – Silencio
Decidió entonces entrar, abriendo la puerta lentamente. Nadie, tan solo el rancio hedor a vómito mezclado con los restos de las botellas esparcidas, y de nuevo polvo blanco sobre el mármol. Un ligero mareo le obligó a salir de allí. Aquello era cada vez más raro. ¿Dónde estaba su reloj? ¿Cuánto tiempo había dormido? Desde aquel punto el estado de la habitación era aún más deplorable. Algunos papeles se le habían pegado en los pies desnudos. Las cortinas no dejaban pasar ni un rayo de luz. No sabía si era de día o de noche, así que se dispuso a abrirlas decidido a no sorprenderse ya por nada más. Pasó por delante de la cama y antes de alcanzar la ventana tropezó con algo que le hizo caer y golpearse la frente con la pared. Se llevó una mano a la cabeza mientras con la otra buscaba el objeto con el que había topado. El dolor despareció en el momento en que tocó una piel fría. Lentamente giró la cabeza y lo primero que vio fue el tatuaje, una rosa de los vientos, en el tobillo de la mujer con la que había compartido la noche y al parecer mucho más. El cuerpo yacía en el suelo junto a la cama, de lado, con los brazos extendidos hacia delante y la cara oculta por la desordenada melena. Se arrastró hasta ella y le apartó el pelo, para ver sus ojos en blanco, abiertos de par en par. Un leve hilo de sangre seca le unía la hermosa nariz con los labios, rodeados por una mancha de espuma que le otorgaba un aspecto extraño, casi cómico de no ser por el dramatismo de la situación. No necesitó tomarle el pulso. Se quedó en blanco, su cerebro se desconectó, impidiendo cualquier emoción, sencillamente dejó de sentir. Abrió las cortinas y comprobó que era de noche, ¿pero de qué día? No importaba. Se sentó en el borde de la cama y así estuvo durante lo que parecieron horas. No oyó el insistente teléfono, ni los pasos y las llamadas a la puerta. Vio entrar al gerente del hotel con tres personas más, cuyas caras se descompusieron al ver aquel lamentable espectáculo. Se dio cuenta de que estaba desnudo, pero no le importó. Cerró los ojos y se desmayó sobre la cama.

Sinusitis

- ¿Y lleva así tres días?
- Tres días doctor. Me levanté el martes… y hasta hoy
- Es extraño, realmente extraño
- No lo entiendo doctor, no bebo, jamás he tomado drogas
- ¿Hay antecedentes familiares?
- No hasta donde yo sé. Tenía un tío medio loco, pero nada parecido a lo mío
- Esto se escapa a mis conocimientos. Voy a recetarle algo para calmarle, pero deberá visitar al psicólogo… o al logopeda, no lo tengo claro
- No lo sé doctor, me da reparo
- Pero pretenderá volver a estar sano ¿Verdad?
- Claro, claro. Ahora mismo solo pienso en eso
- ¿Hace vida normal?
- Lo intento, pero antes de abrir la boca he de pensar mis palabras, hablo bastante lento, parezco tonto
- No se desanime hombre, esto será transitorio, ya lo verá
- Dios le oiga doctor
- ¿Todos bien en casa?
- Sí, por desgracia. Ya sabe; los hijos se ríen de mi problema y su madre… en fin, para ella solo intento llamar la atención. ¡Llamar la atención a mi edad! Si yo solo aspiro a tener algo de paz en mi propia casa.
- ¿Y le afecta en el trabajo?
- Me he adaptado
- ¿Dónde trabaja?
- En el mercado, soy carnicero
- ¡Vaya! ¿Y cómo lo hace?
- Fingiendo toser cada vez que me atasco. Lo peor será el domingo en el partido…
- ¿Y eso?
- ¡No podré gritarle al árbitro! Seré incapaz de ofender a los contrarios. Ya sabe, las peores palabras…
- Sí, me imagino dos o tres
-¡O diez!

Ambos rieron. Por primera vez desde hacía tres días el hombre se olvidó de la extraña enfermedad. El médico jamás había visto nada parecido, por eso fingió escribir largo rato en el ordenador. La idea era deshacerse del hombre lo más rápido posible. Tenía demasiados pacientes normales y corrientes en la sala de espera como para perder el tiempo con tonterías.

-Entonces haremos esto: antes de irse pida hora a la enfermera para ver al especialista.

Poniéndose en pié y tendiéndole la mano dio la visita por finalizada. El paciente le miró algo decepcionado.

- ¡Anímese hombre! Ya verá como no es nada
- Ya

Tal y como le ordenó el doctor, nada más salir el hombre se dirigió al mostrador donde la agria enfermera le atendió sin levantar la vista de la pantalla
- ¿Para el doctor García? ¿Le va bien el viernes doce?
- ¿El doce? ¿No podría ser antes?
- No señor
- Entonces el doce

La enfermera empezó a teclear

-¿Nombre?

Con resignación y timidez el hombre le respondió

- Ag stín H rtado R iz.

El profeta en gabardina

Yo estuve aquel día. No diré que fuese el nacimiento de un mito, porque el rumor corría de boca en boca hacía ya tiempo, propagándose como un virus por toda Inglaterra, pero sin duda el 15 de mayo de 1965 tuvo algo que ver en todo aquello.
Durante toda la semana no hice más que pensar en cómo invitar a Melissa al concierto. Había hecho horas extra en la tienda de mi padre durante casi un mes, y ahora que tenía las entradas no me atrevía a pedírselo. Decidí intentarlo a la salida del instituto, después de buscar una y mil veces la manera más apropiada de dirigirme a ella. Finalmente aproveché el momento en que se quedó sola de camino a su casa, y cuando le dije que me sobraba una entrada no pudo disimular su alegría. Entre saltitos y palmadas quedamos el viernes a las seis en la puerta del Flamingo. Yo ya contaba con acompañarla todo el trayecto, pero me conformé pensando que tenía entradas y chica para el acontecimiento del año.
Aquellos días tuvieron 30 horas para muchos jóvenes como yo. En la escuela no dejaba de restar minutos, alternando mi atención entre el reloj y Melissa, buscando por su parte cualquier señal de ilusión e impaciencia sin éxito aparente. Tiempo después me confesó que ella estaba aún más nerviosa que yo, negociando con sus padres y decidiendo qué ropa apropiada para la ocasión pasaría la estricta censura doméstica.
El viernes decidí no ir a la escuela. Mentí a mi padre sobre unas jornadas de estudio antes de los parciales, y me pasé toda la mañana escuchando a Dave Clark, The kinks y los Who. Llegué a Leicester una hora antes de la cita para asegurarme de que el club seguía allí. Decidí esperar a Melissa en la puerta de la estación, que a aquella hora ya parecía una madriguera de hippyes. Empezaba a impacientarme cuando la vi subir las escaleras con dos amigas. Mi moral rozó el suelo al pensar que tendría que compartirla toda la tarde, pero la gran sorpresa fue cuando despidiéndose de las dos chicas me cogió del brazo, sonrió y tiró de mí hasta que comencé a caminar tras ella calle abajo. Miraba sus caderas como lo haría un asno con la zanahoria al final de la caña. Estaba preciosa con aquella cara pecosa y sus dos trenzas bailando alrededor de la cabeza. Mientras ella hablaba de sus amigas, del vestido con el que sus padres no la habían dejado salir y de toda una serie de temas inconexos que enlazaba sin descanso, yo me limité a mirarla hipnotizado, decidiendo el nombre de cada hijo que tendríamos. Algo me decía que aquella tarde pasaría algo, que nunca olvidaría aquella cita, aquel lugar y aquel momento.
La gente se asomaba a los balcones y salía de las tiendas para ver aquella horda de jóvenes con ropas extrañas y peinados rabiosos. Algunos sonreían, otros blasfemaban contra la marabunta de subversivos que casi todos los viernes cruzaba desafiante el barrio. ¡El circo de los inadaptados ha llegado a la ciudad! Entre canciones y gritos llegamos a la entrada del Flamingo. Antes aproveché para invitar a Melissa a un helado, mientras ella hablaba de los exámenes y yo me dejaba seducir como un adolescente en plena efervescencia hormonal.
Fue entonces cuando lo vi por primera vez. Al principio fue una mirada fortuita, pero después observé sin disimulo al hombre que paseaba junto a nosotros. Todo en él desentonaba; la desproporcionada gabardina, las gruesas gafas de concha, el pelo grasiento pegado a la frente y sobretodo la pequeña libreta de la que no levantaba la vista. Mientras andaba sus labios se movían como si recitase algo en voz baja. Lo miré extrañado hasta que la voz de Melissa me rescató de mi aturdimiento y al fin pudimos entrar al recinto. Todo estaba preparado para la actuación como en una misa pagana: el telón, las luces, las voces y los corazones cada vez más acelerados. La gabardina y su dueño se situaron a poca distancia de nosotros.
El hombre estaba tenso, inmóvil. Pensé en la mujer de Lot convertida en estatua de sal, pero aquel individuo no había mirado ninguna ciudad en llamas, de hecho tenía los ojos cerrados. Casi me pareció menos desequilibrado cuando susurraba mientras escribía obsesivamente en su libreta.
Todos mis pensamientos desaparecieron cuando las luces se fueron apagando. Melissa me estrujó el brazo hasta hacerme daño, y en ese momento me convertí en el único hombre en la sala. Todo era por y para mí; cada nota, cada palabra. Durante dos horas yo también cerré los ojos y vi… sentí. Tal vez fuese el momento, o tal vez el ácido que compartí con Melissa (¿Soñé o me había besado?), pero durante un momento todo se paró. Una extrema lucidez me convirtió en el centro del universo. Por un instante fui yo a quien todos aclamaban, quien embelesaba a cientos de personas con su don y cuya fotografía acaparaba las paredes de Londres en cada esquina.
La euforia que todos sentimos al acabar el concierto se convirtió en humedad mientras avanzábamos por Coventry hacia la estación. Creo que cada uno de los que estuvimos aquella noche sentimos algo parecido, algo que se volvía más lejano e irreal conforme nos alejábamos del Flamingo.
Iba a decirle algo a Melissa cuando reconocí la gabardina que caminaba frente a nosotros. De nuevo aquel tipo escribía sin descanso mientras un sexto sentido le hacía esquivar los obstáculos y las personas. De haber sido algo más suspicaz hubiese pensado que toda la tarde nos había estado vigilando él a nosotros. Mi recelo aumentó cuando le vi subir en nuestro mismo vagón. Sin embargo era yo quien le escrutaba preguntándome quién era, qué hacía allí, hacia dónde se dirigía. Llegué a pensar en seguirlo, pero creí más prudente acompañar a Melissa a su casa. Tal vez me lo agradeciera en el porche si su padre no merodeaba por allí. De todas maneras no necesité seguirlo, porque bajó con nosotros en King´s Cross, aunque algo en su actitud había cambiado. Por primera vez pude ver unos ojos pequeños y asustadizos tras los cristales ahumados. Miraba nervioso hacia todas partes. Durante un segundo nuestras miradas se cruzaron, aunque al instante desvió la suya para desaparecer a paso acelerado.
Noté que Melissa tiraba de mí. De nuevo las amigas aparecían en escena para llevársela a casa y dejarme sin regalo de despedida. Pero la Navidad de aquel año se adelantó a Mayo, aunque no fue precisamente Santa Claus quien me acarició los labios con un beso que prometía muchos otros. Supongo que sería el rojo de mis orejas y mi cara de sorpresa lo que provocó las risilla disimulada de sus amigas, pero no me importó en absoluto, todo había sido perfecto.
Después de despedirnos avancé a solas por los túneles, bajo la luz de los fluorescentes y los ecos de los últimos trenes. Perdí la máscara de bobo enamorado al bajar al andén y encontrarme a unas pocas yardas con el hombre de la gabardina. Ya había oído mis pasos acercándose y me esperaba, o eso pensé yo, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida. Creí reconocer en él una expresión de alivio al verme aparecer. Al instante sacó un objeto metálico del bolsillo mientras instintivamente yo daba un paso atrás. Sin percatarse de mi temor miró a la pared y comenzó a escribir algo con un spray de pintura. Parecía tener más prisa que destreza, de manera que a los pocos segundos guardó de nuevo el spray y siguió su camino sin volver la vista atrás. No me moví hasta que el sonido de sus pasos desapareció. Avancé lentamente mientras las grandes e irregulares letras aún goteantes iban tomando forma frente a mí.
Tres palabras. El hombre de la gabardina había resumido en solo tres palabras lo que nadie aquella noche se habría aventurado a describir. En pie frente al muro las recité mentalmente una y otra vez, hasta que salieron de mi boca en un susurro: “CLAPTON ES DIOS”.

Esperanza

En algún momento debió ser una mujer hermosa. Pero hoy, lo que el tiempo le ha robado ella lo suple con una doble capa de maquillaje, una falda algo más corta y un escote algo más osado. Sus tacones, su brillo de labios, su pelo rojo y rizado... todo en ella es artificial.
Siempre llega a la misma hora, cuando el local aún no está muy lleno. Se sienta en el mismo rincón y pide un Dry Martini. Es entonces cuando me doy cuenta desde este lado de la barra que ha perdido algo. Pasea su mirada de un lado a otro, como buscando a alguien. De repente alza la barbilla como si lo hubiese encontrado, pero al instante baja de nuevo la vista y toma otro trago.
Pasa así cada noche desde que entré a trabajar aquí. Nunca hablamos. No necesita conversación, o al menos no la busca. Jamás bebe más de la cuenta; se dedica a masturbar el vaso entre pitillo y pitillo hasta que se calienta. Entonces lo aparta y me busca con la mirada para que le sirva otro.
Soy incapaz de suponer su edad. Su rostro me da una cifra, pero sus pechos la desmienten. Sus manos acarician la copa como una adolescente, pero su mirada parece cargar con demasiados recuerdos.
Alguna vez ha de deshacerse del beodo de turno que la confunde con una mujer fácil en busca de aventura, pero ella no persigue eso, ya tuvo bastante pasión tiempo atrás.
Se los quita de encima diciendo que espera a su hombre. Un hombre maravilloso que se la llevará a algún exótico país de playas vírgenes y personas sonrientes. "Estará a punto de llegar". Pero nunca llegan; ni el hombre, ni las playas ni las sonrisas. Aunque a veces parece que pueda verlos en el fondo de su copa.
Estoy convencido de que echa de menos algo que nunca poseyó. Tal vez un hombre bueno, tal vez papel pintado en una habitación azul. No estoy seguro de que este sea el lugar más adecuado para encontrarlo, pero ella vuelve aquí cada noche.
Hoy he hablado de ella con el jefe. No recuerda cuándo vino por primera vez. Le he preguntado si sabía su nombre. Sin levantar la vista de lo que estaba haciendo y con un leve suspiro me ha dicho: “Llámala Esperanza”.

jueves, 10 de enero de 2008

¿Por qué será?

Permítame, pensativo lector, que abra un nuevo apartado en este diario de a bordo para cuestionarme algunas preguntas que desde siempre me han atormentado y que inexplicablemente nadie ha podido a día de hoy resolver... como diría Monzó... El perqué de tot plegat.

Comencemos por el maravilloso (a veces) mundo de las madres;
¿Por qué SIEMPRE se acuerdan de algo sumamente importante cuando estamos saliendo por la puerta? Hemos estado catatónicos toda la tarde en el sofá, y al salir con prisas escuchamos el "espera espera" seguido de cualquier encargo, chafardeo o comentario de última hora.
Dicen que las madres tienen un sexto sentido, y es verdad... No hay nada que más rabia me dé que hacer algo por voluntad e iniciativa propia (digamos por ejemplo poner la mesa, fregar los platos o tender la lavadora), y es precisamente en ese momento cuando desde la otra punta de la casa oímos "Neneeeeeee! pon la mesaaaaa"... ¡Jesús, tienen un detector/inhibidor de iniciativa! Notará, amigo lector, que en ningún momento he mencionado al padre de familia, que sin duda estará escondido tras un diario o haciendo ver que presta atención a un soporífero partido de tenis...

Otra pregunta me asalta cada vez que escucho determinadas canciones en la radio: ¿Por qué cuando en la radio suena Sultans of swing de Dire Straits o Hotel California de los Eagles el locutor de turno las corta justo cuando empieza el último riff de guitarra? ¿No saben que es lo mejor de la canción? ¿O es que las programas a propósito para que coincida con las señales horarias?

¿Por qué es tan difícil comprar un champú? Antes solo había que escoger entre normal y anticaspa. Después apareció cabello normal o graso, más tarde rizado o liso, teñido, puntas abiertas, con vitaminas, suave y sedoso, acondicionador, 2 en uno, tres en uno, seis en cuatro... y después de juntar, separar y mezclar todas estas características, van y te sueltan los de aroma cítrico o a menta... ¡Vamos hombre! ¿Qué es esto? ¿Una cabeza o un postre de Ferrán Adriá?

¿Por qué en pleno siglo 21 los anuncios de detergente siguen siendo tan anticuados y carentes de innovación?

¿Por qué encuentro aparcamiento justo delante de casa el día que necesitaré el coche dos horas después? (Testado científicamente)

Comprensivo lector, prometo seguir bombardeando este-su-espacio con los porqués que siempre hemos querido saber y no se han atrevido a respondernos.

Control + Z

¿Se imagina, querido lector, que pudiésemos deshacer cualquier acción pasada? Igual que con los programas con los que trabajamos cada día, que con un par de teclas anulásemos nuestro último acto. ¡Dios! Un mundo de segundas oprtunidades...
Ctrl + Z es el arrepentimiento, una gran cagada, un beso desviado en el último segundo, una palabra de más. Ctrl + Z es perder el miedo a meter la pata, la despreocupación, la espontaneidad.
Deshacer lo hecho para volver a empezar, destruir lo creado para abrir nuevos caminos. Una puerta que se abre.
¿Qué hay más difícil en esta vida que tomar decisiones?
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