sábado, 19 de enero de 2008

Esperanza

En algún momento debió ser una mujer hermosa. Pero hoy, lo que el tiempo le ha robado ella lo suple con una doble capa de maquillaje, una falda algo más corta y un escote algo más osado. Sus tacones, su brillo de labios, su pelo rojo y rizado... todo en ella es artificial.
Siempre llega a la misma hora, cuando el local aún no está muy lleno. Se sienta en el mismo rincón y pide un Dry Martini. Es entonces cuando me doy cuenta desde este lado de la barra que ha perdido algo. Pasea su mirada de un lado a otro, como buscando a alguien. De repente alza la barbilla como si lo hubiese encontrado, pero al instante baja de nuevo la vista y toma otro trago.
Pasa así cada noche desde que entré a trabajar aquí. Nunca hablamos. No necesita conversación, o al menos no la busca. Jamás bebe más de la cuenta; se dedica a masturbar el vaso entre pitillo y pitillo hasta que se calienta. Entonces lo aparta y me busca con la mirada para que le sirva otro.
Soy incapaz de suponer su edad. Su rostro me da una cifra, pero sus pechos la desmienten. Sus manos acarician la copa como una adolescente, pero su mirada parece cargar con demasiados recuerdos.
Alguna vez ha de deshacerse del beodo de turno que la confunde con una mujer fácil en busca de aventura, pero ella no persigue eso, ya tuvo bastante pasión tiempo atrás.
Se los quita de encima diciendo que espera a su hombre. Un hombre maravilloso que se la llevará a algún exótico país de playas vírgenes y personas sonrientes. "Estará a punto de llegar". Pero nunca llegan; ni el hombre, ni las playas ni las sonrisas. Aunque a veces parece que pueda verlos en el fondo de su copa.
Estoy convencido de que echa de menos algo que nunca poseyó. Tal vez un hombre bueno, tal vez papel pintado en una habitación azul. No estoy seguro de que este sea el lugar más adecuado para encontrarlo, pero ella vuelve aquí cada noche.
Hoy he hablado de ella con el jefe. No recuerda cuándo vino por primera vez. Le he preguntado si sabía su nombre. Sin levantar la vista de lo que estaba haciendo y con un leve suspiro me ha dicho: “Llámala Esperanza”.
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