viernes, 16 de abril de 2010

La última vez

La última vez, lo prometo. Nunca más. Lo pienso fríamente y me parece extraño, impropio, indigno. Como cada día desde hace dos semanas llego al andén diez minutos antes de que ella baje por las escaleras. Sin dejar de mirar el reloj pienso que tal vez hoy no vendrá, que le habrá pasado algo. Entonces la veo bajar con paso decidido. No sabría decir qué me llamó más la atención la primera vez que la vi. El pelo oscuro y rizado, sus grandes ojos marrones, la graciosa manera que tiene de soplar el mechón de pelo que le cae por la cara. Cada detalle me pareció irresistible, quería descubrir más sobre ella… entonces empezó todo.

Siempre sube en el último vagón, así que me quedo hacia el final, nunca demasiado cerca. Ya llega el tren, entraré como siempre por otra puerta y ya dentro me mantendré a unos metros de ella para contemplarla sin riesgo de ser descubierto. Tengo nueve estaciones para inventarme su nombre, su historia. Nueve estaciones para imaginar que soy un moderno galán de película, que me acerco a ella con cualquier pretexto y le digo algo gracioso. Ella ríe. Finjo que he de bajar en su misma estación y ya fuera vamos a tomar un café juntos.

Hace unos días se acercó a mí durante el trayecto, vino directa, decidida. Me asusté al pensar que se había dado cuenta de mi interés y que pretendía pedirme explicaciones. Desvié la vista notando un leve rubor en la cara, mientras ella pasaba a mi lado para saludar a una amiga sentada detrás de mí. Fue la primera (y última) vez que escuché su voz. Presté atención al diálogo tratando de conseguir algo de información. Me di cuenta de que mi afición iba a peor: además de mirón me estaba convirtiendo en un cotilla.

La he visto leer, hablar por teléfono, comer una magdalena. La he visto somnolienta, risueña, pensativa. El día que se levantó para dejar su asiento a un anciano regalándole una sonrisa me pareció la mujer más hermosa que jamás podría ver, deleitándome con la dulzura y el dolor del amor no correspondido. Dentro de dos estaciones dejaré de verla para siempre, a no ser que el destino vuelva a unirnos. Aunque ella no se dará cuenta yo lo tomaré como una señal y tal vez entonces tenga el valor de hablarle.

Última estación, se acabó, adiós ángel, pensaré en ti, gracias por existir, por hacerme soñar. Las puertas se cierran tras ella y mientras el tren nos aleja la miro por la ventana, siguiéndola con la vista para no perderme ni un segundo de su presencia. Entonces, cuando dejo de verla, me cruzo con la mirada de una chica al final del vagón. Creo que la he visto antes, la observo para tratar de reconocerla. Ella se sonroja y desvía la mirada.
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