Vivo. Solo por eso debo sentirme afortunado, consciente de ser fruto del azar, de la casualidad, de una probabilidad entre millones.
Revivo mi infancia, mi juventud, mi pasado, sabedor de que no volverán, de que cualquier tiempo fue mejor.
Convivo con mis aciertos y mis errores. Las victorias pasadas se convierten en derrotas, y los pasos en falso dan sentido ahora a una vida caótica. Orgullo y arrepentimiento. Tristeza y alegría en la misma oración a un Dios que parece rechazar todas las llamadas.
Malvivo huyendo de los sentimientos y anhelos que arrastran el dolor susurrándome al oído que las cosas podrían ir mejor.
Me desvivo por hacer mi vida y la de los demás un poco mejor, aunque la carga es pesada y el camino hace pendiente.
Sobrevivo en un entorno hostil. Deseoso de que el lienzo estuviese en blanco. Decidir con qué color voy a empezar, y cambiar de nuevo el lienzo si no me gusta el resultado.
Pervivo. Eso hago, esa es mi única aspiración. Disfrutar del calor que empieza a entrar por la ventana, aunque sé que pronto desearé que llegue el invierno de nuevo.
¿Qué hacer cuando la vida duele? Vivir para verlo y sentirse afortunado.
