No me gusta la política; me irrita, literalmente, me produce malestar. No por su función en una sociedad estable, sino porque desde el nacimiento de la democracia la historia nos ha enseñado que el poder corrompe. Tal vez no siempre en el aspecto más "mafioso", que también lo hay, sino en el cambio de perspectiva de quien llega a él.
¿Por qué digo todo esto? Porque el politiqueo de "yo lo haría mejor que tú", "esto es culpa tuya" y "Esto es mérito mio" se ha arraigado en todos los sindicatos, mayoritarios y minoritarios, y mientras ellos se pegan una paliza a tres o cuatro bandas el que sufre es el pobre desgraciado (mismamente yo) que no sabe si la semana que viene estará trabajando, y si tengo la suerte de hacerlo, si lo haré con un contrato razonable o con una condena anual de contrato basura. El problema principal es que como supuestamente la culpa de esta situación la tiene uno de ellos (pongamos CGT), a los otros dos (digamos CCOO y UGT) ya les va bien que haya ese mal ambiente, lo que les incita a no actuar.
¡Salud, compañeros!, porque lo que es trabajo está muy jodido...